Dios está resucitando en el pensamiento científico
Cuando el positivismo lógico parecía exhibir argumentos fuertes contra la existencia de Dios, nuevos descubrimientos de la ciencia moderna obligaron a ciertos filósofos a replantearse su posición atea, algo que todavía se deben muchos hombres de ciencia.
“Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Sal. 19:1); “De Jehová es la tierra y su plenitud, el mundo y lo que en él habita, porque Él la fundó…” (Sal. 24:1,2); “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1:1); “Porque en él (Cristo) fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles” (Col 1:16); “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (He 11:3).
Versículos pueden ser leídos en la Biblia pero: ¿No es su contenido simbólico y poético, cargado de filosofía precientífica? ¿Deben tomarse sus sentencias literalmente? ¿No es la fe cristiana irracional? ¿Se puede pensar científicamente sin prescindir de la idea de Dios? Estas preguntas han sido respondidas positiva o negativamente por intelectuales de las distintas ramas del pensamiento filosófico y científico a lo largo de la historia; pero entrado el siglo XX llegó a primar entre ellos la concepción de que el universo y la vida podían explicarse por procesos que excluían la mano de un Dios creador y de una mente inteligente. Por ello, progresivamente la Biblia dejó de ser para la sociedad un libro de sabiduría que declarase las verdades del universo y del ser humano.
La Biblia en las corrientes de pensamiento
Que la mente del hombre caído rechaza la idea de Dios como creador y juez es una verdad ya sentenciada en la Biblia (Sal. 14:1), pero lo que ha ocurrido dentro de las congregaciones cristianas desde el siglo de las luces hasta nuestros días es una llamada de atención para el cristiano fiel y firmemente arraigado en la Palabra de Dios. Sucedió que varios estudiosos cristianos y hasta predicadores de la Biblia incorporaron la filosofía racionalista a su lectura y comprensión, entonces todo aquello que narra la Biblia y que no puede ser explicado por la razón humana no debe tomarse literalmente. Fue así que la creación y principio del universo de la nada, la aparición del hombre en la tierra, las diez plagas que cayeron sobre Egipto, la fuerza sobrenatural de Sansón, la concepción virginal de Cristo, su muerte vicaria y su resurrección (entre muchas otras verdades bíblicas) fueron explicadas por fenómenos naturales, espiritualizadas o ignoradas.
Si un predicador reclamaba a sus hermanos volver a presentar toda la Palabra sin eludir ningún aspecto de la revelación, se lo tildaba de fanático u obtuso y se lo aislaba del círculo de “intelectuales” fueran estos cristianos o no (sugiero averiguar cuál fue la experiencia del predicador bautista Charles H. Spurgeon hacia el final de su ministerio).
En nuestros días advertimos que algunos teólogos, pastores y laicos todavía adhieren a esta corriente, por eso sólo utilizan algunas partes de la Biblia como fundamentos éticos y principios sociológicos pero niegan el poder y la autoridad del Espíritu Santo que dirigió la tarea de todos los escritores inspirados y que aún convence al hombre de pecado, de justicia y de juicio.
La evolución de la ciencia
Mientras que el cristianismo híbrido del siglo XX escondía muchas verdades bíblicas bajo la alfombra del mito, la ciencia moderna tomó la delantera. El gran avance del conocimiento científico (que tanto contribuyó al desarrollo y superación de problemas universales) llegó a inundar el espectro del pensamiento que antes ocupaban la filosofía y la religión dando lugar por ejemplo a que biólogos evolucionistas de posición atea se sienten a debatir sobre los motivos que subyacen bajo los conflictos sociales, culturales e internacionales de nuestros días o que neurobiólogos destaquen que los impulsos de la conducta humana se expliquen por las variables biológicas de las estructuras neuronales.
Así vemos que la conciencia humana, el pensamiento conceptual, la racionalidad, la vida autónoma y el epicentro del propio ser (lo que la Biblia llama el corazón y los filósofos el yo) mal pueden ser explicados por una evolución azarosa o una acumulación de nuevos complejos sinápticos. Pero el único argumento que señalan estos voceros de la nueva verdad como origen de estas características propias del ser humano es “un golpe de suerte” (1) o incluso “un milagro”(2).
La autoridad de estos sacerdotes modernos parece derivar de su habilidad para difundir argumentos de la especulación científica asegurando que teorías como la evolución serían “hechos comprobados” sin lugar a discusión, logrando convencer a buena parte de la audiencia lega y medios de divulgación científica. No obstante muchos otros filósofos y hombres de ciencia reputados (no todos teístas o cristianos) consideran que esa teoría no puede explicar la complejidad de la vida en nuestro planeta y dan argumentos racionales de peso muchos de ellos basados en la lógica escéptica (razones que prescinden de la fe).
Naturalismo vs Teísmo
Cualquier debate entre estas posiciones se ha tornado en un diálogo de sordos porque los biólogos defensores del naturalismo por definición rechazan toda teoría que incluya la posibilidad de una mente eterna superior a todo lo que existe y que puede ser observado por la ciencia. Cabe aquí recordar una advertencia de Albert Einstein: “El positivismo afirma que lo que no puede ser observado no existe. Esta concepción es científicamente indefendible…equivale a decir que sólo existe lo que observamos, lo cual es evidentemente falso”.
Entonces el foco del debate entre científicos naturalistas y teístas no es tanto el origen del universo ni el desarrollo de la vida sino la existencia o no de Dios. Dice el filósofo contemporáneo Roy A. Varghese “muchos hombres de ciencia se han convertido en los evangelistas ateos de hoy y para ello dirigen su artillería contra los abusos de las grandes religiones mundiales, pero todo exceso y atrocidades de la religión organizada no tienen nada que ver con la existencia o inexistencia de Dios, de la misma forma que una amenaza de guerra nuclear no tiene que ver con si es verdad que E=m.c2”.
Volviendo a la Biblia
La revista Time publicó en su portada en abril de 1980 “En una revolución silenciosa en el pensamiento y la argumentación que casi nadie habría previsto hace sólo dos décadas, Dios está retornando. Esto está sucediendo en los selectos círculos de los filósofos académicos”.
Desde entonces y hasta hoy hay mucha información científica que señala la obligación de considerar que una mente eterna y superior está detrás de todo lo que existe. Nos proponemos publicar más adelante las más importantes evidencias para que los creyentes puedan advertir que no está cerrado el debate acerca de la existencia de Dios para los hombres de ciencia. Que sólo un fanático se puede negar a examinar que Dios es la explicación más razonable para el origen, mecanismos de funcionamiento y ajustes finos del universo y la vida.
Pero el creyente tiene algo más para brindar a la sociedad moderna: la Palabra de Dios, con sus sentencias, sus verdades y su trascendencia para el ser humano. Escribió el profeta Isaías: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” y agregó Jesús quién fue la mayor y más completa prueba de la existencia de Dios: “Cielo y tierra pasarán, pero mi palabra no pasará”.
Volvamos a la fuente de vida, creamos a la verdad de la Biblia que es todo el consejo de Dios, oremos por aquel prójimo que todavía duda de Su existencia y seamos fieles testigos de Aquel que creó todo lo que existe, quién un día vino a morir en la cruz por nuestra rebeldía e incredulidad y que un día volverá por su pueblo y juzgará a cada hombre según sus obras y sus pensamientos.
(1) Richard Dawkins, The God Delusion. Bantam. Londres 2006
(2) Daniel Dennet, Living on the Edge. Inquiry 1/2. 1993
Alejandra de Montamat