Por Alejandro Peluffo, master en Divinidad y en Teología
Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3:14-17)
El texto que estamos considerando es parte de la última epístola de Pablo, escrita poco antes de morir y con un evidente peso por encomendar a su discípulo dilecto a continuar su trabajo apostólico en medio de una creciente apostasía. La situación en la que Timoteo se encontraba es la misma situación en la cual ministramos nosotros.
En tiempos peligrosos como los que describe Pablo aquí, y como evidentemente vivimos nosotros, hay una presión constante a darle la espalda a la verdad (3:8; 4:4). El argumento es muy viejo: Las personas hoy en día, con todos los avances que ha habido, no pueden guiarse por un libro tan viejo como la Biblia.
Se avecinan “tiempos difíciles”, cuando muchos abandonarán la sana doctrina y se volverán a “vana palabrería” (1 Tim 1:6). Mientras muchos negarán la verdad, yendo detrás de enseñanzas novedosas, Timoteo es llamado a ser diferente (“pero tú”), no a desarrollar algo nuevo o ingenioso, sino a ser fiel a las cosas que habían sido recibidas. El ministro fiel debe permanecer en las verdades aprendidas de las Escrituras (3:14), para predicarlas y enseñarlas fielmente a la iglesia. “Persiste” es el verbo μένω, que significa quedarse, permanecer o continuar en cierto estado, condición o actividad. El justificativo para tal exhortación es el poder vivificante único que posee la Biblia por haber sido soplada por Dios, el cual hacen de ella el instrumento suficiente para traer fe salvadora (v. 15), para producir cambios en la vida de un cristiano una vez salvo (v. 16 b), y para equipar a quienes ministran en la iglesia (v. 17). En el centro de estas funciones de la Palabra de Dios, se describe su naturaleza divina, en virtud de la cual todo lo demás es posible.
Cualquier conocedor de la Biblia, como lo era Timoteo, al leer que la Escritura es “Dios soplada”, inmediatamente piensa en Génesis 2:7, cuando Dios “sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente”. Hay en el contexto alguna insinuación a que, por ser vieja, algunos menospreciarían la Biblia, en busca de enseñanzas más actuales. Se le dice a Timoteo que persista en lo que ha aprendido antes, sabiendo de quien lo ha aprendido. Por eso la mención de “desde la niñez”. De manera que decir que toda Escritura es “soplada por Dios” remite a que posee la vida que viene directamente de Dios, y por eso es “útil” (paralelo a “eficaz” en Heb 4:12).
Por ser la Palabra de Dios, las Escrituras son siempre vigentes, por lo que no es necesario buscar enseñanzas novedosas o “más creativas” para insuflar frescura a nuestro ministerio, sino, todo lo contrario, necesitamos persistir en ellas. Pero, por ser la Palabra de Dios, las Escrituras son también ὠφέλιμος, “útiles”, esto es provechosas, que producen un beneficio o ventaja práctica. Por ser la Palabra de Dios, las Escrituras son útiles para traer salvación. Por ser la Palabra de Dios, las Escrituras son útiles para actuar en el pueblo de Dios. Por ser la Palabra de Dios, las Escrituras son útiles para hacer la obra de Dios.
Aquellos que somos llamados a ministrar en la iglesia de Cristo, se nos pide que realicemos las mismas funciones que ejecuta la Palabra de Dios. Por implicación, la única forma de realizar eso adecuadamente es usando las Escrituras.