La importancia de la lengua materna

“Nuestro idioma es algo precioso, surge del interior de mi prójimo y fluye. Y cuando hablas es como el río que fluye. Cada tanto se detiene con su sonido hermoso, nuestra lengua suena como un canto. Y se corre, se fluye, como el río Bermejo, como la corriente de un río es nuestra lengua. Nadie la puede frenar y si de rato en rato se detiene es para que ordenes tu pensamiento, y luego sigue fluyendo y ahí descubres que tus palabras siguen yendo nomás.”  (✞ Yolanda Alfaro, anciana wichí)

Estas bellas palabras de una anciana wichí que ya no está en esta tierra, comparando su lengua con el movimiento y el sonido de un gran río, nos advierten que la lengua no es solamente una herramienta funcional que permite la comunicación entre los seres humanos. La lengua propia resuena en el interior del ser, como en un jugo amniótico preverbal. De allí la comparación con las aguas fluviales. Quitar la lengua propia es abortar la vida.

En este sentido, la denominación “lengua materna” es apropiada, pero también es correcto reconocer que, en la mayoría de los casos, la lengua materna es también la lengua paterna. Es necesario recalcar esto porque tanto la lengua como la forma de ser, lo que comúnmente se llama la cultura, es transmitida por madres y padres, mujeres y varones.

Si un joven wichí va al río para aprender a pescar, probablemente vaya acompañado de su padre o un tío. Aprende mirando y escuchando las palabras de su pariente. Es decir, a través de su “lengua paterna”. Aprende palabras, maneras de estar y relacionarse con su mundo y con los demás. Todo a través de palabras que escucha de su pariente. Hacer la red para pescar, preparar el hilo y las varillas, es todo un proceso –aún antes de ir a pescar– que tiene sus propios términos en wichí. Las distintas formas de pescar, los diferentes movimientos y técnicas, todo se explica con palabras propias de la lengua; términos para los cuales no hay traducción al castellano. Los peces con sus respectivos hábitos, las oleadas que cada especie produce y los peligros en el río, todo está presente en la lengua que el joven va recibiendo de toda su parentela.

Al expresarse en la propia lengua se va tejiendo la cultura, a la vez que se van forjando las relaciones que hacen la comunidad. Al retirar la lengua –sea materna o paterna– ¿qué queda para que el joven desarrolle su conocimiento del mundo del río y del mundo de sus prójimos?

Es la lengua lo que le permite al wichí ubicarse en su mundo y ubicarse en relación con los demás. En esta lengua, a los nietos de los hermanos se los llama también “mis nietos” y “mis nietas”, porque son miembros de lo que para un wichí es su familia. Así también quienes para nosotros serían primos, para un wichí son sus hermanos y hermanas. Descartar la lengua significaría dejar de lado el concepto de lo que es la familia para ellos.

Cada lengua tiene sus particularidades. La lengua que muere representa una pérdida de algo valioso e irrecuperable para el patrimonio lingüístico, filosófico y cultural de la humanidad. Se desperdicia una manera única de percibir el mundo en el que vivimos.

En el dialecto wichí del Pilcomayo, hay dos maneras de decir que alguien es “una buena persona”. Una buena persona para los wichí es generosa con lo que tiene, no mezquina, comparte, tiene buena palabra de consejo, es pacífica y a la vez inteligente. Tiene todas las mejores cualidades del ser humano. Las dos formas de decir todo eso son las siguientes: “lehusek ihi” y “lechowej ihi”. La primera podría traducirse: “tiene espíritu” o “tiene buena voluntad”. La segunda puede traducirse como: “tiene centro” o “tiene interior”. ¿No son iluminadoras estas dos expresiones? Sobre todo cuando las relacionamos entre sí. En una época en la que tanto pesan las apariencias, estas expresiones son una amonestación a volver a valorar lo que a los ojos no es visible.

Para un hablante de castellano, son muchos los encantos de la lengua wichí. Algunos son compartidos con otras lenguas afines: la capacidad de deslizarse entre verbos y sustantivos; los marcadores verbales que nos permiten saber si alguien presenció o no lo que nos está contando; las formas de indicar los diferentes tiempos en el pasado que en el castellano no existen. Además, los marcadores de posición agregados al sustantivo que nos indican si el objeto que se ve está parado, acostado, viniendo o yendo. Las muchas exclamaciones onomatopéyicas que expresan sensaciones corporales, visuales, auditivas y visuales. Pero, a continuación me gustaría mencionar uno en particular, que manifiesta una veta hermosamente creativa.

Ante la invasión de un mundo extraño con todas sus pertenencias y bienes ajenos, muchas lenguas indígenas no han encontrado otra manera de incorporar las cosas en su léxico más que prestando y adaptando el término de la sociedad y lengua invasoras. Los wichí, en cambio, han buscado cómo interpretar los objetos ajenos dentro del marco de lo conocido. Comenzando con lo más sencillo: la traducción de la palabra “oveja” en wichí es “como corzuela” (tson’a-taj) y el término para “caballo” es “como tapir” (yel’a-taj). El tractor se llama fwats’uj-taj, que se podría traducir “como un gran ciempiés”, por las huellas que deja en la tierra. Increíblemente, hasta el helicóptero tiene nombre en wichí. En la zona del Pilcomayo se llama chäyilun-taj, cuya traducción podría ser: “como una gran espalda que gira”. Más complicada es la traducción de la cámara de una bicicleta, l’ataj chinaj kälä ts’e. Vamos por parte:

            l’ataj    – es una contracción de la palabra yel’ataj  = “como tapir” o “caballo”.

            chinaj  – metal.

            kälä     – pierna.

            ts’e      – panza.

Así que llegamos a la traducción literal de esta expresión diciendo: “la panza de la pierna del caballo de metal”. ¡Admirable! Con razón escuchamos a muchos wichí decir, “Dios nos dio nuestra lengua”.

Cristóbal Wallis.