Artículo por David Mathis*
Encontrando paciencia y gozo en medio de una calamidad lenta
Una calamidad de movimiento lento rodó por el mundo antiguo, hace más de 2.500 años, arrastrándose, a un ritmo inquietante, a través de una nación tras otra.
A diferencia de Pearl Harbor, o de un ataque terrorista, o de un tsunami a lo largo de la Cuenca del Pacífico, esta plaga tomó a muy pocos por sorpresa. Cada rey, cada nación, cada ciudadano la vio venir. Escucharon los informes. Vivían bajo el espectro. La ciudad más grande del mundo en ese momento, Nínive, no cayó de la noche a la mañana, sino durante semanas y semanas dolorosas, incluso meses. Después vino Jerusalén. Olas de destrucción llegaron a la ciudad santa, primero en 605 a. C., luego ocho años después en 597, dejándola finalmente diezmada once años después en 586.
¿Qué amenaza paralizó las grandes ciudades del mundo no solo durante horas y días, sino durante semanas y meses, incluso años? El creciente poder de Babilonia y la lenta marcha de su ejército de una capital a otra, estableciendo asedios que duraban meses y derrocando a las principales ciudades del mundo a medida que se agotaban sus líneas de suministro y la gente comenzaba a morir de hambre.
Y aún más, la calamidad que se avecinaba no debería haber sido una sorpresa para el pueblo del primer pacto de Dios. Incluso a mediados del siglo VII antes de Cristo, mientras Asiria era el poder mundial reinante, y Babilonia estaba lentamente en ascenso, los profetas de Dios, como Isaías, hablaron del desastre que se avecinaba décadas antes. Al igual que un profeta mucho menos prominente llamado Habacuc, que puede tener una palabra especialmente llamativa para nosotros en medio de esta angustia actual de movimiento lento.
Dios no mira ociosamente
En su breve libro de tres capítulos, a diferencia de cualquier otro profeta hebreo, Habacuc nunca se da vuelta y habla directamente a la gente. Él informa su diálogo con Dios y la sorprendente obra de Dios en él, dejando una aplicación personal al lector. El bosquejo del libro es bastante simple en cuanto a las profecías hebreas.
Primero, Habacuc comienza con sus frustraciones aparentemente justas, tal vez un poco exageradas. Él pregunta: “¿Hasta cuándo, oh Jehová?” frente a la maldad desenfrenada que ve a su alrededor, entre el propio pueblo de Dios, en una era de decadencia espiritual (Habacuc 1:2–4). Dios responde con una revelación que el profeta no anticipó en absoluto (1:5–11). Esencialmente responde: Sí, pequeño profeta, mi pueblo se ha vuelto malvado, y no lo estoy mirando sin hacer nada. De hecho, estoy levantando a los babilonios para destruirlos.
Habacuc tambalea. Él antes pensaba que tenía problemas de justicia, pero ahora mucho más. Él responde con una segunda queja (1:12–2: 1). ¿Cómo puede Dios “ver a los menospreciadores” y callar (Habacuc 1:13), estos babilonios que son aún más malvados que el reincidente pueblo de Dios? El profeta se vuelve más desafiante: “Sobre mi guarda estaré… y velaré para ver lo que se me dirá [Dios] y qué he de responder tocante a mi queja” (Habacuc 2: 1). Presume que la respuesta de Dios a su segunda queja no será satisfactoria, así que estará listo para responder.
Pero la segunda respuesta de Dios (2: 2–20) lo silencia. El profeta nunca registra una tercera queja. Dios no dejará a Babilonia impune. Su completa justicia, sus cinco ayes, se cumplirá en su momento perfecto. La mano de la justicia caerá, destruyendo a los orgullosos y rescatando a los justos que viven por fe (Habacuc 2: 4).
¿Cómo vivimos por fe?
El núcleo del mensaje del libro, desde la voz de Dios hasta los corazones de su pueblo, es vivir por fe en días sin precedentes, pase lo que pase. Dios no le promete al ansioso profeta que pronto él mejorará las cosas. De hecho, promete empeorar las cosas antes de que mejoren. La devastación absoluta vendrá primero, luego la liberación. Primero la ruina total, luego el rescate final.
Para el profeta desorientado y aterrorizado, Dios expone la locura del orgullo humano y hace un nuevo llamado a la humildad y a la fe, para recibir pacientemente la misteriosa “obra” de juicio de Dios (Habacuc 1:5; 3: 2). A confiar en lo divino en los momentos más difíciles, en días de inminentes problemas. Aquí tenemos el siempre vigente llamado de Dios a su pueblo en tiempos misteriosos, el de Habacuc y el nuestro: vivir por fe (Habacuc 2:4).
Pero ¿qué significa eso? “Vivir por fe” puede sonar tan vago y general. ¿Qué podría significar para nosotros aquí en el terreno, bajo la amenaza actual (y la venidera)?
¿Esperaremos en silencio?
Después de haber sido silenciado, Habacuc vuelve a hablar en el capítulo 3, pero ahora en oración, no quejándose. Él ha escuchado y prestado atención a la voz divina y ahora celebra el poder imparable de Dios y su justicia inflexible. La oración del profeta concluye con dos declaraciones de “sin embargo, lo haré”, o “con todo” (RVR60) o “aun así” (DHH). Primero, dice que ejercerá paciencia. Los orgullosos e incrédulos entrarán en todo tipo de pánico, pero Habacuc esperará en silencio:
Aun así, esperaré tranquilo el día en que Dios ponga en angustia al ejército de nuestros opresores. (Habacuc 3:16 DHH).
Su fe en la justicia perfecta de Dios ha sido renovada. Él ajustará el reloj de su alma al horario de Dios, y no presumirá lo contrario. Dios no está de brazos cruzados, de esto podemos estar seguros. Él está mirando. Él está atento. Él ve cada movimiento, cada detalle. Al final, el mundo verá que Él ha hecho lo correcto, nunca tratando a ninguna criatura con injusticia.
Y siendo tan propensos como somos, en nuestra finitud, pecado y ansiedad, a querer imponerle a Dios nuestro propio calendario de resolución, Él nos llama a la paciencia silenciosa, aún frente al desarrollo tan dolorosamente lento de una angustia como la actual.
¿Nos alegraremos?
El segundo y último “Sin embargo, lo haré…” viene en el versículo 18: “Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación”. Y el profeta lo dice precisamente con los peores escenarios sobre la mesa:
Aunque la higuera no florezca,
Ni en las vides haya frutos,
Aunque falte el producto del olivo,
Y los labrados no den mantenimiento,
Y las ovejas sean quitadas de la majada,
Y no haya vacas en los corrales;
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación. (Habacuc 3:17-18)
En otras palabras, aunque las líneas de suministro fallen, y los estantes estén vacíos, y la economía sea vapuleada y el virus llegue a nuestra propia ciudad, calle e incluso a nuestra casa, con todo, este renovado y humilde profeta se regocijará en el Señor. ¿Lo haremos? No en nuestros suministros. No en nuestra salud. No en nuestra propia seguridad. Ni siquiera en la derrota del enemigo. Hay una constante e inexpugnable garantía, una seguridad absoluta, un refugio para el gozo verdadero en más desafiante de los caminos: Dios mismo. Se extiende hacia nosotros para sostenernos, mientras elimina nuestros otros gozos. ¿Nos apoyaremos nuevamente en Él?
Aquellos hinchados de orgullo ciertamente serán destruidos a tiempo, ya sea tarde o temprano. Pero aquellos que aceptan la mano humilladora de Dios y se inclinan con fe, con paciencia tranquila y con un gozo independiente de las circunstancias, encontrarán que Dios mismo es “mi fortaleza” en esos días (Habacuc 3:19). Así también para nosotros, vivir por fe en esos tiempos se expresa mediante la paciencia y el gozo. ¿Pero, nuevamente, cómo podría expresarse esa paciencia y ese gozo?
¿Nos levantaremos en canción?
Entre las muchas maneras en que Dios puede inspirar a su iglesia en los próximos días, al menos tenemos una pista de Habacuc a lo que suena tal paciencia y gozo: cantar. Esa es la forma sorprendente e inusual en que termina esta breve interacción entre el profeta y Dios, con el profeta cantando alabanzas. Por eso termina con instrucciones para el culto corporativo: “Al jefe de los cantores, sobre mis instrumentos de cuerdas”. Estas líneas finales no son solo una oración. Son una canción para que otros se unan.
No hay nada igual a esto en todos los profetas. Habacuc comienza con tanta lucha y (lo que parece) desafío como el que encontramos en cualquier otro lugar. Y, sin embargo, Dios gentilmente mueve su alma de la protesta a la alabanza. Lo cual debería ser un estímulo para aquellos que son lo suficientemente honestos como para admitir que han encontrado en esta pandemia un tropiezo para los pies de su fe.
Como hemos visto, Habacuc no se acercó a las noticias con aceptación. Aun así, Dios lo encontró allí, en su orgullo, desafío y temor. El pequeño profeta tontamente se puso de pie, y Dios misericordiosamente lo puso de rodillas. Dios lo humilló, y el profeta lo recibió, humillándose a sí mismo. Recibió los propósitos desorientadores, inconvenientes y dolorosos de Dios en el juicio venidero, y abandonó su protesta, se inclinó en oración y se levantó en alabanza.
¿Haremos lo mismo en la confusión y desorientación persistentes de esta lenta incertidumbre en la que vivimos? ¿Conducirán nuestras protestas, aún las justamente concebidas, a rodillas dobladas? ¿Y nos llevarán nuestras oraciones a cantar?
*David Mathis (@davidcmathis) es el editor ejecutivo para desiringGod.org y pastor en Cities Church en Minneapolis/St. Paul, Estados Unidos. Él es un esposo, padre de cuatro, y autor de Hábitos de Gracia: Disfrutando a Jesús a través de las disciplinas espirituales.