Personas que viven y trabajan en la arena pública (1/3)

Por Christopher Wright

La gran mayoría de los creyentes no salen como misioneros viajeros en el sentido tradicional y esto parece haber sido tan cierto en la iglesia del Nuevo Testamento como lo es hoy. La mayoría de los cristianos vive en el mundo común de cada día, trabajando, ganándose la vida, forjando familias, pagando impuestos, contribuyendo con la sociedad y la cultura, llevándose bien con los demás, haciendo su parte. ¿En qué sentido, si hubiere alguno, la vida de los creyentes en dicha esfera –lo que llamaremos la “arena pública”– es parte de la misión del pueblo de Dios? ¿Tiene tal vida (común y rutinaria) algún propósito aparte de darnos oportunidades para compartir el testimonio de nuestra fe y ganar el dinero suficiente como para tener algo para ofrendar a los misioneros que se encuentran en la “misión real”?

En este capítulo consideraremos la siguiente cuestión: la misión del pueblo de Dios en la arena pública. Utilizo esta expresión en el sentido más amplio. Otro término podría ser “el mercado”, nuevamente en un sentido extenso implicando no solo “el mercado” como un mecanismo puramente económico o financiero, sino la esfera completa del esfuerzo cooperativo humano en proyectos productivos y actividad creativa: trabajo, comercio, profesiones, ley, industria, agricultura, ingeniería, educación, medicina, medios de comunicación, política y gobierno, e incluso recreación, deporte, arte y entretenimiento.

El término del Antiguo Testamento para definir esto es “la puerta”: la arena pública en cada pueblo o aldea donde la gente se reunía y hacía negocios de todo tipo. Este es el mundo de la interacción humana y la actividad social, donde la mayoría de nosotros pasa buena parte de nuestro tiempo.

DIOS Y LA ARENA PÚBLICA

¿Se interesa Dios en la arena pública? Muchos cristianos parecen moverse en la suposición diaria de que no lo está. O al menos dan por sentado que Dios no está interesado en el mundo del trabajo cotidiano en sí mismo aparte de que sirva como un contexto para la evangelización. Algunos consideran que Dios se preocupa por la iglesia y sus asuntos, las misiones y los misioneros, cómo ganar gente para el cielo, pero no tiene interés en la forma en que la sociedad y sus ámbitos públicos se conducen en la tierra.

El resultado de tal dicotomía de pensamiento es una vida cristiana que vive en la dicotomía. De hecho es una dicotomía que ofrece a muchos cristianos una gran dosis de malestar interior ocasionada por la desconexión evidente entre lo que piensan que Dios quiere y lo que la mayoría de ellos tiene que hacer. Muchos de nosotros invertimos gran parte de nuestro tiempo diario disponible (nuestra vida laboral) en un lugar y una tarea que se nos ha hecho creer que no tiene importancia real para Dios (el llamado “mundo secular del trabajo”) al tiempo que luchamos por hallar oportunidades para donar algo de tiempo sobrante para la única cosa que le importa realmente a Dios: la evangelización.

Sin embargo la Biblia, en ambos testamentos, presenta de forma clara y exhaustiva a Dios como alguien que tiene gran interés en la arena pública de la vida social y económica del ser humano. Interesado, involucrado, a cargo y lleno de planes para ello.

Consideremos algunas afirmaciones claves que la Biblia ofrece acerca de la relación de Dios con el mercado humano. En cada caso pensaremos en algunas cuestiones que dichas afirmaciones implican para los cristianos que viven y trabajan en tal contexto. Esto nos dará una plataforma bíblica para pensar acerca de la misión del pueblo de Dios en aquel ámbito, tanto en términos de nuestro compromiso en la arena pública como nuestra confrontación con las fuerzas anti Dios que están en operación dentro de ella.

Entonces ¿qué dice la Biblia acerca de Dios y la arena pública, el mundo del trabajo humano y su maravillosa diversidad?

Dios lo creó

El trabajo es una idea de Dios. Los capítulos 1 y 2 de Génesis nos dan nuestra primera imagen del Dios bíblico como un trabajador: pensando, escogiendo, planificando, ejecutando, evaluando. De modo que cuando Dios decidió crear a la humanidad a su imagen y semejanza ¿qué otra cosa podrían ser los humanos sino trabajadores, reflejando en sus vidas laborales parte de la naturaleza de Dios?

Específicamente Dios encargó a los seres humanos la tarea de gobernar la tierra (Gn. 1) y servir y cuidarla (Gn. 2), lo que hemos explorado en el capítulo 3 de este libro. Esta enorme tarea requería no solo la complementariedad y la ayuda mutua de nuestras identidades de género masculino-femenino, sino que también implicaba algunas otras dimensiones económicas y ecológicas para la vida humana. Dios nos ha dado un planeta con vastas diversidades de recursos dispersos a lo largo de toda su superficie. Algunos lugares tienen grandes porciones de suelo fértil. Otros cuentan con vastos yacimientos minerales. Hay, por lo tanto, una necesidad natural de comercio e intercambio entre los grupos que viven en lugares diferentes a fin de satisfacer necesidades en común.

La tarea en su momento necesita relaciones económicas y así viene aparejada la necesidad de equidad y justicia en toda la esfera social y económica. Debe haber justicia tanto en el compartir los recursos primarios con los cuales trabajamos como en la distribución de los productos de nuestro trabajo. El testimonio bíblico es que todo el esfuerzo económico es una parte esencial del propósito de Dios para la vida humana en la tierra. El trabajo importa porque fue la intención de Dios para nosotros. Fue lo que Dios tuvo en mente cuando nos creó. Es nuestra parte en su creación. Como vimos en el capítulo 3, es parte de nuestra misión como seres humanos.

El trabajo, entonces, no es el resultado de “la maldición”. Por supuesto, todo trabajo está afectado por una miríada de formas perjudiciales debido a nuestra condición caída. Pero el trabajo en sí mismo es la esencia de nuestra naturaleza humana. Hemos sido creados para ser trabajadores, como Dios, el trabajador. Esto ha sido denominado como el “mandato cultural”. Todo lo que somos y hacemos en la arena pública del trabajo, sea a nivel de trabajos individuales, de familia o de comunidades enteras, así como culturas y civilizaciones completas a lo largo del tiempo histórico, está conectado con nuestro origen como seres creados y por lo tanto es del interés de nuestro Creador. La arena pública y el mercado están, por supuesto, contaminados y distorsionados por nuestra pecaminosidad. Pero eso también es cierto en cuanto a todas las esferas de la existencia humana. Nuestra caída no es razón para excusarnos de la arena pública así como el hecho de que la enfermedad y la muerte (consecuencias del pecado) sean una razón para que los cristianos no se conviertan en médicos o realicen funerales.

La primera pregunta que debemos hacer a quienes procuren seguir a Jesús en la arena pública es: ¿Consideras tu trabajo como un mal necesario o el contexto para tener oportunidades evangelísticas? ¿O lo ves como un medio para glorificar a Dios al participar en sus propósitos para la creación y por lo tanto teniendo un valor intrínseco? ¿Cómo relacionas lo que haces en tu trabajo cotidiano con la enseñanza de la Biblia acerca de la responsabilidad humana en la creación y la sociedad?

Dios lo audita

Estamos familiarizados con la función de un auditor. El auditor realiza un escrutinio independiente, imparcial y objetivo de las actividades y demandas de una empresa. El auditor tiene acceso a todos los documentos y evidencias. Para el auditor todos los libros y las decisiones están abiertos; para él no hay secretos ocultos (o al menos esta es la teoría).

De acuerdo a la Biblia, Dios es el juez independiente de todo lo que ocurre en la arena pública. El Antiguo Testamento habla repetidamente de YHWH como el Dios que ve, conoce y evalúa. Esto es cierto en el sentido más universal y tiene que ver con cada individuo (Sal. 33.13-15).

Pero esto es específicamente cierto en cuanto a la arena pública. A Israel se le recordó repetidamente que Dios clama por justicia “en la puerta”, lo cual es, en términos contemporáneos, el mercado, la arena pública. Amós probablemente sorprendió a sus oyentes al insistir que Dios estaba realmente más interesado en lo que ocurría en “la puerta” que en el santuario (Am. 5:12-15).

Más aun, Dios escucha la clase de charla que ocurre tanto en los lugares ocultos del corazón ambicioso como en la firma de un trato comercial. Amós, nuevamente, representó al auditor divino que oía las oscuras intenciones musitadas de los negociantes corruptos de su día (Am. 8:4-7). Y para aquellos que piensan que Dios está confinado a su templo y solo ve lo que ocurre en la observancia religiosa, llega el impacto de que ha estado observando lo ocurrido en el resto de la semana en la vida pública (Jer. 7.9-11).

Dios es el auditor, el inspector independiente de todo lo que sucede en la arena pública. Por lo tanto, lo que Dios demanda, como un auditor debe hacer, es integridad y transparencia totales. Este es el parámetro que se espera de los jueces humanos en el desempeño de su cargo público. El caso de Samuel es revelador, al defender su desempeño público y convocar a Dios como testigo, como su auditor divino (1 S. 12.1-5).

La segunda pregunta que debemos hacer a todos aquellos que buscan seguir a Jesús en el mercado es esta: ¿Dónde, en toda tu actividad, aparece el reconocimiento deliberado del auditor divino y la sumisión a él? ¿De qué modo el hecho de rendir cuentas a Dios afecta tu trabajo cotidiano?

Dios lo gobierna

A menudo hablamos de “fuerzas de mercado” y de la esfera completa de negocios y política como si se tratara de entidades independientes, “una ley para sí mismos”. Se suele personificar a “El Mercado” (a menudo escrito así, con mayúsculas) y asignarle cierta dosis de poder divino y autonomía. En cierta medida, en el plano personal, sentimos que estamos a merced de fuerzas que están más allá de nuestro control individual, fuerzas determinadas por millones de decisiones de otras personas. O en algunos casos, como demostraron las crisis financieras de 2008 y 2009, parece que millones de personas están a merced de las decisiones salvajes e irresponsables de unos pocos, lo cual igualmente da la impresión de que “El Mercado” entra en pánico y queda fuera de control.

La Biblia presenta una visión más sutil. Sí, la vida humana pública está constituida en base a decisiones humanas, de las que hombres y mujeres somos responsables. Por lo que en tal sentido todo lo que ocurre en el mercado es cuestión de acción, decisión y responsabilidad moral humanas. Pero al mismo tiempo la Biblia ubica todas las cosas bajo el gobierno soberano de Dios. Al subrayar lo primero (decisiones humanas) así como lo segundo (el control total de Dios) la Biblia evita caer en el fatalismo o el determinismo. Afirma ambos lados de la paradoja: los humanos somos moralmente responsables de nuestras elecciones y acciones y sus consecuencias públicas; sin embargo Dios retiene el control soberano sobre los resultados y los destinos finales.

Muchas historias bíblicas ilustran esto. La historia de José oscila entre la esfera de la familia y la arena pública al más alto nivel del poder de Estado. José está involucrado en asuntos políticos, judiciales, agrícolas, económicos y de relaciones exteriores. Todos los actores en las historias son responsables de sus propias motivaciones, palabras y acciones, sean buenas o malas. Pero la perspectiva del autor de Génesis, a través de las palabras de José, es muy clara (aunque encierren un misterio inquietante):

Pero José les respondió: “No tengan miedo. ¿Acaso estoy en lugar de Dios? Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió todo para bien, para hacer lo que hoy vemos, que es darle vida a mucha gente” (Gn. 50.19-20).

Al pasar a los textos proféticos, es significativo que cuando los profetas dirigían su atención a los grandes imperios de su día, afirmaban el gobierno de YHWH tanto sobre ellos como sobre el pueblo del pacto, Israel. Más aun, todas sus obras públicas están incluidas, tanto el mercado como la milicia.

La tercera pregunta que tenemos que realizar a quienes desean seguir a Jesús en la arena pública es: ¿Cómo percibes el gobierno de Dios en el mercado (lo cual es otra forma de buscar el reino de Dios y su justicia) y qué diferencia produce cuando lo haces? ¿Es cierto aquello de que “el cielo gobierna los domingos pero El Mercado gobierna de lunes a viernes” (con los sábados como un día de descanso para dioses y humanos)?

Isaías 19.1-15 coloca a todo Egipto bajo el juicio de Dios, incluyendo su religión, sistema de irrigación, agricultura, industria pesquera, industria textil, sus políticos y universidades.

Ezequiel 26 al 28 presenta un lamento por la gran ciudad comercial de Tiro, mientras que los capítulos 29 al 32 denotan condenación similar sobre el gran imperio cultural de Egipto. En ambos casos, el mercado público del poderío económico y político es el foco de la actividad soberana de Dios.

Daniel capítulo 4 presenta la arrogancia de Nabucodonosor regodeándose sobre su ciudad: “¿Acaso no es esta la gran Babilonia, que con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad he constituido como sede del reino?” (Dn. 4.30). Pero el veredicto de Dios es que todo el proyecto de edificación de dicho rey se imponía sobre las espaldas de los pobres y oprimidos, como afirmó Daniel: “Por lo tanto, acepte su majestad mi consejo y redima sus pecados impartiendo justicia, y sus iniquidades tratando a los oprimidos con misericordia, pues tal vez así su tranquilidad se vea prolongada” (Dn. 4.27).

La lección que Nabucodonosor tuvo que aprender es la que estamos analizando en estos párrafos: Dios gobierna la arena pública, junto con todo lo demás. O en palabras más gráficas empleadas por Daniel: “…quien gobierna es el cielo… el Altísimo es el señor del reino de los hombres, y que él entrega este reino a quien él quiere” (Dn. 4.26, 32).

Dios lo redime

Una suposición cristiana habitual es que todo lo que ocurre aquí en la tierra es nada más que temporal y transitorio. La historia humana es nada más que el vestíbulo para la eternidad, por lo que realmente no importa demasiado. A esta comparación negativa se añade el concepto, extraído de una interpretación errónea del lenguaje de 2 Pedro capítulo 2, que indica que nos dirigimos a la total destrucción de la tierra y de hecho de toda la creación física. Con dicha perspectiva ¿qué valor eterno podría posiblemente asignarse al trabajo que hacemos en la arena pública local o globalizada en el aquí y el ahora?

Pero la Biblia presenta una perspectiva diferente. Dios planea redimir todo lo que ha creado (porque “se compadece de toda su creación”, Sal. 145.9) e incluido dentro de ello estará la redención de todo lo que nosotros hayamos hecho con lo que Dios creó en primer lugar, esto es, nuestro uso de la creación dentro del gran mandato cultural. Por supuesto, todo lo que hemos hecho ha sido manchado y torcido por nuestra naturaleza humana, caída y pecaminosa. Y todo lo que procede de dicha fuente malvada tendrá que ser purgado y purificado por Dios. Pero esa es exactamente la imagen que tenemos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Es una visión de redención, no de destrucción; de restauración y renovación de la creación, no su reemplazo con otra cosa.

Por supuesto, la Biblia presenta la arena pública, la vida humana vivida en sociedad y en el mercado, como plagada de pecado, corrupción, codicia, injusticia y violencia. Esto puede evidenciarse en las dimensiones públicas y globales, desde las prácticas desleales en los puestos comerciales o la tienda de la esquina, a las distorsiones masivas y desigualdades del comercio internacional. Como cristianos necesitamos una comprensión radical del pecado en sus dimensiones públicas, y debemos considerar que es parte de nuestra misión como personas llamadas el hecho de confrontar aquello proféticamente en el nombre de Cristo (como trataremos en los próximos párrafos). Pero para Dios la corrupción de la arena pública no es un motivo para eliminarla sino purificarla y redimirla.

Isaías 65.17-25 es una imagen gloriosa de la nueva creación: cielos nuevos y tierra nueva. Mira en perspectiva, hacia el futuro, a la vida humana ya no más sujeta al desgaste y el deterioro, una vida en la que habrá realización plena en la familia y el trabajo, en la que las maldiciones de la frustración y la injusticia se habrán ido para siempre, en la que habrá un compañerismo estrecho y gozoso con Dios, y en la que habrá armonía y seguridad en el entorno. La vida entera (personal, familiar, pública y animal) será redimida y restaurada para una productividad que glorifique a Dios y permita el disfrute humano pleno.

El Nuevo Testamento presenta esta visión hacia el futuro a la luz de la redención alcanzada por Cristo a través de la cruz, y especialmente a la luz de la resurrección. Pablo incluye exhaustiva y repetidamente “todas las cosas” no solo en lo que Dios creó a través de Cristo sino en lo que planea redimir a través de Cristo. En este texto resulta claro que la expresión “todas las cosas” significa la totalidad del orden creado en ambas descripciones de la obra de Cristo (Col. 1.16-20). En vistas de dicho plan de redención cósmica, la creación entera puede mirar hacia adelante como un tiempo de liberación y libertad de la frustración (Ro. 8.19-21).

Incluso el texto que se usa a menudo para hablar de la destrucción del cosmos (cuando, de hecho, desde mi punto de vista, está realmente ilustrando la purga redentora), inmediatamente avanza a la expectativa de una nueva creación llena de justicia (2 P. 3.13).

Y la visión final de la Biblia entera no es nuestro escape del mundo a algún paraíso etéreo sino de la realidad de Dios que descenderá a vivir con nosotros nuevamente en una creación purificada y restaurada, en la que el fruto de la civilización humana será llevado a la ciudad de Dios (Ap. 21.24-27, en base a Is. 60).

El “esplendor”, la “gloria” y el “honor” de reyes y naciones es el producto combinado de generaciones de seres humanos cuya vida y cuyos esfuerzos habrán generado el amplio abanico de culturas y civilizaciones humanas. En otras palabras, lo que se trasladará a la gran ciudad de Dios en la nueva creación será la vasta producción acumulada del trabajo humano a lo largo de los siglos. Todo será purgado, redimido y puesto a los pies de Cristo, para el desarrollo de la vida de la eternidad en la nueva creación.

¿Acaso esto no transforma nuestra forma de considerar “la mañana del lunes”?

He aquí lo que escribí sobre este asunto en otro lugar:

Todo aquello que ha enriquecido y honrado la vida de las naciones en toda la historia se trasladará para enriquecer la nueva creación. La nueva creación no será una página en blanco, como si Dios simplemente estrujara toda la vida histórica humana en esta creación y la arrojara a un cesto de basura cósmico, y luego nos diera una nueva página para comenzar todo de nuevo. La nueva creación comenzará con la reserva inimaginable de todo lo que la civilización humana ha logrado en la vieja creación, pero purgado, limpio, desinfectado, santificado y bendecido. Y tendremos la eternidad para disfrutarlo y seguir desarrollando formas que ahora ni podemos imaginar a medida que ejercitemos los poderes de creatividad de nuestra humanidad redimida.

No entiendo cómo Dios hará que la riqueza de la civilización humana se redima e ingrese purificada a la ciudad de Dios en la nueva creación, tal como la Biblia señala que lo hará… Pero sé que estaré allí en la gloria de un cuerpo resucitado, como la persona que soy y he sido, pero redimido, libre de todo pecado, y con muchas ganas de ir. Entonces creo que habrá alguna resurrección gloriosa comparable para todo aquello que los humanos han logrado en el cumplimiento del mandato de la creación, redimido pero real.

Los reyes de la Antigüedad servían como autoridades principales sobre los parámetros amplios de la vida cultural de sus naciones. Y cuando se levantaban contra otras naciones, eran los portadores, los representantes de sus respectivas culturas. Reunir a los reyes, entonces, era reunir a sus culturas nacionales. El rey de una nación dada podía portar, en particular, una autoridad mucho mayor que la que hoy se divide entre tantas clases distintas de líderes: los capitanes de la industria, los moldeadores de la opinión pública sobre el arte, el entretenimiento y la sexualidad, los líderes educativos, los representantes de los intereses familiares y así. Esa es la razón por la que Isaías y Juan vinculan el ingreso de los reyes a la ciudad con el encuentro de la “riqueza de las naciones”.

Richard J. Mouw

Nos inquieta pensar en las “civilizaciones perdidas” de los milenios pasados, civilizaciones que solo podemos reconstruir en parte desde las ruinas arqueológicas o representar mediante películas épicas. Pero si tomáramos Apocalipsis 21 con seriedad veríamos que no están “perdidas” para siempre. Los reyes y las naciones que llevarán su gloria a la ciudad de Dios no estarán probablemente limitados solo a quienes estén vivos en la generación del regreso de Cristo. ¿Quién puede decir qué naciones se levantarán o caerán, o qué civilizaciones estarán “perdidas” para entonces, como las civilizaciones perdidas de los milenios anteriores? No, la promesa abarca todas las eras, todos los continentes y todas las generaciones en la historia humana. La oración del salmista será respondida un día, para toda la historia pasada, presente y futura:

Señor, ¡que todos los reyes de la tierra

te alaben al escuchar tu palabra!

¡Que alaben tus caminos, Señor,

porque grande, Señor, es tu gloria!

(Sal. 138.4-5)

¡Considera dicha perspectiva! La cultura, el idioma, la literatura, el arte, la música, la ciencia, los negocios, el deporte, los logros tecnológicos –reales y potenciales– estarán totalmente disponibles para nosotros. Y todo ello libre por siempre del veneno del mal y el pecado. Todo dando gloria a Dios. Todo bajo su sonrisa amorosa y aprobatoria. Todo para que lo disfrutemos junto a Dios y, de hecho, generando el disfrute de Dios. Y tendremos toda la eternidad para explorar, comprender, apreciar y expandirlo.

La historia humana por completo, que se lleva a cabo en la arena pública de la interacción pública humana, será redimida y perfeccionada en la nueva creación, no simplemente abandonada o destruida. Todo el trabajo productivo humano, entonces, tiene su propio valor e importancia eternos, no solo debido a nuestra comprensión de la creación y el mandato que pende sobre nosotros sino también debido a la nueva creación y la esperanza escatológica que esto nos pone por delante. Con dicha esperanza podemos seguir de corazón la exhortación de Pablo: “…siempre creciendo en la obra del Señor, seguros de que el trabajo de ustedes en el Señor no carece de sentido” (1 Co. 15.58); sabemos que en este texto “la obra del Señor” no significaba simplemente obra “religiosa” sino cualquier obra hecha “como para el Señor”, incluyendo el trabajo manual de los esclavos (Col. 3.22-24).

De modo que la cuarta pregunta que surge en cuanto a un seguidor de Jesús en la arena pública es: ¿De qué forma tu labor cotidiana se transforma gracias al conocimiento de que contribuye con lo que Dios redimirá un día e incluirá en su nueva creación?

Si esta, pues, es la visión de Dios de la vida y el trabajo públicos en la arena pública ¿cuál debería ser la actitud, el rol y la misión del pueblo de Dios en dicha esfera?

Debemos responder en dos niveles. Por un lado se nos llama a un compromiso constructivo en el mundo, porque es el mundo de Dios, creado, amado, valorado y redimido por él. Pero por otro somos llamados a una confrontación valiente con el mundo, porque es un mundo de rebelión contra Dios, el campo de otros dioses, que están bajo la condenación y el juicio final de Dios.

El desafío de la misión del pueblo de Dios es vivir con la tensión constante de hacer ambos con idéntica convicción bíblica. Es esencial el desafío de “estar en el mundo sin ser del mundo”. Afortunadamente la Biblia, como siempre, acude en nuestra ayuda al darnos muchos ejemplos de lo que esto significa.

(Traducción realizada por la Sociedad Bíblica Argentina del capítulo 13 del libro “The Mission Of God’s People, A Biblical Theology Of The Church’s Mission”)

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