Personas que viven y trabajan en la arena pública (2/3)

Por Christopher Wright

COMPROMISO MISIOLÓGICO MISIONAL EN LA ARENA PÚBLICA

El pueblo de Dios es llamado a comprometerse en el mundo creado. La Biblia nos enseña varias maneras en las cuales la participación de los creyentes en la arena pública “secular” es enteramente coherente con el llamado y la misión de Dios para su pueblo.

Posicionado para servir al Estado

Hay algunas cosas que podrían darle a una persona ciertas ventajas al procurar un cargo político elevado. Hay otras que posiblemente no podríamos destacar. ¿Ser traficado como esclavo a un país extranjero y reportado en casa como “extraviado, presumiblemente muerto”? No parece un buen comienzo. ¿Ser tomado prisionero por un ejército invasor y terminar junto a otros niños como parte de una minoría étnica despreciada en una tierra enemiga? Improbable. ¿Y qué acerca de unirse al grupo de eslavas sexuales abducidas por un déspota de oriente? Difícilmente.

De ese modo, sin embargo, comienzan las historias de José, Daniel y Ester, y todos ellos terminan sirviendo en puestos elevados en gobiernos imperiales paganos y probando que incluso en tales posiciones podían servir a Dios y al pueblo de Dios. El contraste entre los comienzos de sus historias y las posiciones en las que se hallaron más tarde indica un factor en común: la mano de Dios. Ninguno de ellos escogió el puesto que ocupaba, pero ciertamente José y Daniel reconocieron que fue Dios quien los había puesto allí por un propósito. Entonces ¿qué aprendemos de ellos?

Primero, aceptaron las realidades de la esfera pública de la que fueron parte, a pesar de la ambigüedad que implicaba el contexto. Daniel y sus tres amigos aceptaron un alto grado de ajuste cultural antes de llegar a una línea que no estaban dispuestos a cruzar (Dn. 1). Aceptaron nombres babilónicos, educación babilónica en el idioma babilónico y adoptaron un empleo babilónico. José obviamente aprendió el idioma de Egipto tan fluidamente que sus propios hermanos no percibieron que no era alguien nativo (Gn. 42.23). Ester, aunque tenía poco margen de decisión más allá del martirio por rehusarse, aceptó la práctica cultural que debe haber sido profundamente desagradable y, con la ayuda de Mardoqueo, llegó a considerarla como una oportunidad para salvar vidas.

Segundo, trabajaron constructiva y concienzudamente por el gobierno y el beneficio social. Incluso los enemigos políticos de Daniel no podían hallar ninguna falta en él en dicho sentido:

… los gobernadores y los sátrapas buscaban la ocasión de acusar a Daniel en lo que tuviera relación con el reino, pero no podían hallarla, ni tampoco acusarlo de ninguna falta, porque él era confiable y no tenía ningún vicio ni cometía ninguna falta (Dn. 6.4)

Uno puede imaginar que la vida para los babilonios comunes era mejor cuando Daniel estuvo a cargo de los asuntos civiles. En el caso de José, sabemos que muchas vidas egipcias fueron salvas por su sabia administración, antes de que cualquiera de su propia familia fuera salvo de la hambruna (Gn. 41). Los logros de Ester fueron para su propio pueblo, por supuesto, pero el principio de usar el cargo para buenos fines es evidente.

Tercero, preservaron su integridad. Para José era su integridad moral, aunque la confianza de su empleador también fuera un factor clave (Gn. 39.7-10). Para Daniel y sus amigos era su lealtad al pacto con Dios y el rechazo a ceder una lealtad total al rey (como probablemente significaba comer de su mesa) lo que implicó su punto de fricción. Más tarde se llegó a cuestiones más abiertas de idolatría, pero nuevamente su integridad permaneció firme.

En el Nuevo Testamento, la evidencia para los creyentes en la esfera política es delgada, pero si uno puede desarrollar un argumento por inferencia, resulta aparente que en vistas de que Pablo puede hablar a las autoridades gobernantes romanas como “servidores de Dios”, usando palabras empleadas en otros momentos para el ministerio cristiano (diakonos dos veces en Ro. 13.4 y leitourgos en el v.6), no habría impedido a los cristianos el hecho de servir en cargos políticos. El servicio político y judicial puede ser un servicio a Dios. Erasto es un buen ejemplo de esto, como veremos en unos momentos.

Se nos ordena orar por el gobierno

En el próximo capítulo consideraremos la oración como una dimensión de la misión del pueblo de Dios, pero es adecuado en este punto mencionar que el pueblo de Dios en ambos testamentos es apremiado a orar por el gobierno en el lugar donde se encuentren, no solo por otros creyentes, sean israelitas o cristianos.

Al escribir acerca del ministerio en el Estado (en Ro. 13.4-6), Pablo usa dos veces la misma palabra que había empleado en otros textos para los ministros de la iglesia […]. Diakonia es un término genérico que puede abarcar una amplia variedad de ministerios. Aquellos que sirven al Estado como legisladores, servidores civiles, magistrados, policías, trabajadores sociales o cobradores de impuestos son tan “ministros de Dios” como aquellos que sirven en la iglesia como pastores, maestros, evangelistas o administradores.

John Stott

El primer ejemplo viene de la impactante carta de Jeremías a los exiliados en Babilonia:

Procuren la paz [shalom] de la ciudad a la que permití que fueran llevados. Rueguen al Señor por ella, porque si ella tiene paz, también tendrán paz ustedes [literalmente: en su shalom hay shalom para ustedes]. (Jer. 29.7)

Es probable que fuera lo suficientemente duro para los exiliados imaginarse que aún era posible orar a YHWH en Babilonia, ni hablar que además debían orar a él por Babilonia. Sabían exactamente lo que querían para Babilonia (Sal. 137.8-9) y sabían para qué personas debían pedir shalom en oración (Sal. 122.6).

Pero Jeremías dice “no”. “Una vez que han aceptado que están allí porque Dios los colocó en ese lugar (y así dejar de pensar en ustedes mismos como en tránsito y convertirse en residentes, vv. 4-6), tienen una misión en marcha: la misión abrahámica de ser una bendición a las naciones. Y esto incluye orar por ellos tal como Abraham oró por Sodoma y Gomorra”.

No tengo ninguna prueba, pero me gusta pensar que Daniel estuvo entre aquellos que escucharon esa carta de Jeremías e hicieron lo que decía el profeta: “Daniel era un hombre de oración; oraba tres veces por día” (otra canción que recuerdo de mi infancia; ver Dn. 6.10). ¿Quién estaba en primer lugar en su lista de oración? Nabucodonosor ¿puedes creerlo? De qué otra forma podrías explicar el hecho de que cuando Daniel escuchó que Nabucodonosor (el hombre que había destruido su ciudad y sacrificado a sus compatriotas) la estaba pasando mal, no se regodeo pero estaba tan enojado que batallaba internamente en cuanto a decirle la verdad al rey. Pero se la dijo, junto con una dosis de consejos atentos sobre cómo podía evitar dicha situación (Dn. 4.19-27). ¿De dónde provino semejante preocupación por el archienemigo de su pueblo si no fue de la oración? Es difícil odiar a alguien (ni hablemos de orar con las palabras de la conclusión del Salmo 137) si uno no está orando por dicha persona cada día.

La contraparte del Nuevo Testamento sobre este mandato indica orar por todas las formas de autoridades gobernantes, lo que en tiempos de Pablo habrá sido casi completamente increíble, hombres y mujeres paganos (con unas pocas excepciones como Erasto, tal como veremos más adelante).

Ante todo, exhorto a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, para que vivamos con tranquilidad y reposo, y en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen a conocer la verdad. (1 Ti. 2.1-4).

Desde un punto de vista misiológico, deberíamos notar con qué naturalidad Pablo hace una transición de semejante oración por las autoridades políticas al poder salvador y la difusión del evangelio.

Se nos ordena buscar el bienestar de la ciudad

De regreso a la carta de Jeremías a los exiliados, la primera frase exige una mirada más cercana: “Procuren la paz [shalom] de la ciudad a la que permití que fueran llevados” (Jer. 29.7a). Shalom, como se sabe, es una palabra maravillosamente amplia. Va más allá de la paz como la ausencia de conflicto o guerra, implicando un bienestar completo. Habla de la totalidad de la vida y la clase de prosperidad que el Antiguo Testamento incluyó en la bendición de Dios como fruto de la fidelidad del pacto.

Mientras enseñaba en la India a unos pastores en formación, escogí un grupo para que me acompañara a diferentes iglesias de la ciudad de Pune cada domingo para luego, de regreso a clases, pedirles que reflexionaran sobre lo observado. Por ejemplo, comparábamos los momentos de oración. En una iglesia de la tradición anglicana, las oraciones eran principalmente formales y litúrgicas, directamente “al grano”, y no demasiado prolongadas. En una congregación carismática las oraciones eran sonoras, espontáneas y muy largas. Sin embargo, era notorio que en el primer caso las oraciones abarcaban el mundo y nombraban a los líderes y gobiernos nacionales, mientras que en el segundo las oraciones estaban casi enteramente focalizadas hacia adentro, en torno a la vida de los miembros de la iglesia. Señalé que en relación a 1 Timoteo 2, una iglesia evitaba “levantar manos santas” (v. 8) pero al menos obedecían los vv. 1-2, mientras que la otra congregación tenía las manos alzadas hasta que dolieran los brazos pero sin ninguna oración “por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos”. ¿Cuál de ellas era más “bíblica” en su oración?

Es realmente destacable que Jeremías apremie a los exiliados a buscar tal bendición para sus vecinos babilónicos.

“¡Pero son nuestros enemigos!”

“¿Y qué? Oren por ellos. Busquen su bienestar”.

Hay una corta distancia entre esta instrucción maravillosa que Jeremías dio a los exiliados y la misión igualmente sorprendente que Jesús deposita en sus discípulos: “Amen a sus enemigos […] y oren por quienes los persiguen” (Mt. 5.44).

Debe haber sido dicho consejo el que generó la libertad para que Daniel y sus amigos se sintieran afincados en Babilonia y aceptaran trabajos en el servicio gubernamental. Y claramente la posición en tales cargos no era para ellos “un mero empleo”. Tampoco se nos dice que era alguna forma de “fabricación de tiendas de campaña” para ayudarlos a ganarse la vida mientras realizaban estudios bíblicos en la oficia o reuniones evangelísticas en sus casas. Hasta dónde puedo imaginar es posible que también hayan hecho eso. No guardaban su fe en secreto como vemos en el relato de su vida.

Pablo no mencionaba normalmente las ocupaciones seculares de otros cristianos que se mencionan en sus cartas. Al hacerlo en el caso de Erasto fue capaz de ofrecer un ejemplo a sus lectores del rol que el cristiano adinerado podía asumir al procurar el bienestar de la ciudad. La asunción de ese cargo público por parte de Erasto era una manifestación exterior del rol del cristiano como benefactor cívico al que hace referencia en Romanos 13.3-4 y 1 Pedro 2.14-15. Se estaba comprometiendo con el rol de aedile durante el año en que se escribió la carta a los Romanos […]. Erasto era un cristiano de importantes recursos, activo en dos esferas. Luego de haber “ministrado a Pablo” en Éfeso como parte del equipo apostólico, fue enviado hacia Macedonia a las iglesias. Subsecuentemente se comprometió con los deberes cívicos en Corinto […]. El rol asumido entonces por Erasto en Corinto por ese año demostró compromiso y responsabilidad en la rendición de cuentas, pues no hubo prebendas como muestran los deberes realizados.

Si esto es correcto, entonces no hubo dicotomía en el pensamiento de la iglesia primitiva entre ministerio evangélico/eclesial y el hecho de procurar el bienestar de Corinto asumiendo el rol de benefactor. Esta conclusión […] parece hallar confirmación en la persona de Erasto […]. Pablo escribió de una manera tal para implicar que el bienestar secular y el bienestar espiritual de la ciudad eran dos lados de la misma moneda y no esferas separadas. Las actividades de este prominente ciudadano cristiano tal vez nunca fueron percibidas como entidades incompatibles o autónomas para los cristianos. Ambos roles se relacionaban con el bienestar de aquellos que vivían en la ciudad. Era lo que Pablo consideraba como una imitación del ministerio de Cristo quien, en Hechos 10:38, fue representado como “haciendo [asumiendo] bienes y realizando buenas obras”.

Bruce Winter (va al costado del texto)

Pero lo que el texto enfatiza es que eran estudiantes de primera clase, ciudadanos modelos y servidores civiles laboriosos, y que se distinguían por ser confiables y vivir de forma íntegra. Incluso el rey reconocía que sus propios intereses eran atendidos por tal clase de personas. El “bienestar de la ciudad” era lo que procuraban, como Jeremías dijo que debían hacer. Y al efectuarlo durante toda la vida, las oportunidades de dar testimonio del Dios al que servían y sus demandas morales, su juicio y su misericordia, surgieron en momentos claves, de hecho una oportunidad en cada uno de los primeros seis capítulos.

Al dirigirnos al Nuevo Testamento encontramos una persona que probablemente tuvo un cargo civil elevado y también era un creyente cristiano: Erasto.

Erasto era uno de los ayudantes de Pablo en su ministerio de plantación de iglesias (Hch. 19.22), pero cuando Pablo escribe su carta a Roma desde Corinto, Erasto se incluye en los saludos finales, donde se lo describe como “el tesorero de la ciudad” (Ro. 16.23). La frase sugiere con fuerza que Erasto tenía el puesto de aedile en esta importante ciudad romana, un rol político en la administración romana que conllevaba grandes responsabilidades, requiriendo considerable prosperidad personal y una sólida generosidad cívica.

Servir a Dios y servir a la comunidad en cargos públicos no era para nada incompatible. De hecho, tal servicio público benéfico era parte de lo que Pablo animaba con firmeza a los cristianos a comprometerse, a través de su énfasis repetido de que debían “hacer el bien”, un verbo simple (agathopoein) que tenía exactamente el siguiente sentido técnico en el Imperio romano: servicio público como benefactor cívico.

Se nos ordena a ganarnos la vida mediante un trabajo común (ver alternativa)

Parece que algunas personas en las iglesias que Pablo había plantado comenzaron a considerar que el trabajo común ya no tenía ningún valor y entonces se volvieron perezosos, y luego espiritualizaron su ociosidad con expectativas fervientes del regreso de Cristo. Pablo compartía sus convicciones acerca del regreso de Cristo pero no su opción de aminorar su trabajo fuera de las responsabilidades normales humanas:

…procuren vivir en paz, y ocuparse de sus negocios y trabajar con sus propias manos, tal y como les hemos ordenado, a fin de que se conduzcan honradamente con los de afuera, y no tengan necesidad de nada. […] llamen la atención a los ociosos… (1 Ts. 4.11-12; 5.14).

Pablo no tenía reparos en apelar a su propio ejemplo en tal sentido, como alguien que se había sostenido a sí mismo en base a su propio trabajo en la arena pública. La exhortación extensa de Pablo en 2 Tesalonicenses 3.6-13 merece leerse por completo. Claramente trata un asunto que el apóstol consideraba clave. Los cristianos deben ser trabajadores diligentes.

Me encontraba compartiendo un seminario de predicación Langham en la Argentina. Una mañana charlaba con la organizadora principal del evento, líder del movimiento nacional. Elogié a tres hombres en particular que estaban ayudando a dirigir y enseñar durante el seminario, todos ellos cristianos argentinos con profesiones seculares y un compromiso simultáneo con la enseñanza de la Biblia. Mi amiga dijo de inmediato: “Sí, son buenos predicadores, pero eso no es todo. Son buenos maridos, buenos padres y buenos ciudadanos”. Le pregunté la razón por la que mencionaba este último aspecto. “Porque”, dijo ella, “están comprometidos a permanecer aquí en la Argentina sin intentar irse a los Estados Unidos. Son honestos, trabajan duro y pagan sus impuestos. Son una bendición para nuestro país”. Aquello se trataba de una misión integral auténtica, bíblica, abrahámica y paulina en la arena pública. Bendijo mi corazón.

Las frecuentes exhortaciones de Pablo a “hacer el bien” no deberían interpretarse meramente como “ser agradables”. Como mencionamos anteriormente, el término también acarreaba una connotación social común de servicio público y acción benefactora. Los cristianos deben estar entre aquellos que llevan el mayor bien social a la arena pública y de ese modo encomian el evangelio bíblico.

Los cristianos han de ser buenos ciudadanos y buenos trabajadores, y por ello han de ser buenos testigos. El trabajo es todavía un bien creacional. Es bueno trabajar y es bueno hacer el bien mediante el trabajo. Todo esto también es parte de la misión del pueblo de Dios.

Y en las cartas de Pablo uno no tiene la impresión de que se esperaba que los nuevos convertidos dejaran las ocupaciones que tenían en el mundo secular y salieran como misioneros, aunque obviamente unos pocos lo hacían. Por el contrario, Pablo parece concebir a la mayoría de ellos aún allí, trabajando y ganándose la vida, pagando sus impuestos (Ro. 13.6-8) y haciendo el bien en su comunidad. Uno imagina al carcelero de Filipo de nuevo en su puesto, Lidia llevando adelante su negocio textil y Erasto de algún modo combinando su ministerio como “principal de Corinto” también contribuyendo con el ministerio de Pablo.

Tales personas tenían un compromiso misiológico (misional) en la arena pública, viviendo el evangelio en ese ámbito. Dicha actitud es tan necesaria en el siglo XXI como lo fue en el mundo del primer siglo.

(Traducción realizada por la Sociedad Bíblica Argentina del capítulo 13 del libro “The Mission Of God’s People, A Biblical Theology Of The Church’s Mission”)

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