Por Arturo Pérez para Coalición por el Evangelio
¿Qué dice la Biblia acerca del trabajo? La aplicación práctica y los detalles particulares de la respuesta a esta pregunta varían dependiendo del trasfondo teológico de la persona que la conteste. Pero en general todos los estudiosos de la Biblia estamos de acuerdo en el fundamento de la teología del trabajo:
- Dios crea y sostiene su creación al encargarle a los seres humanos creados a su imagen que cuiden, cultiven, y gobiernen la creación por medio del trabajo (Gn. 2:15).
- A causa del pecado introducido con la desobediencia del primer hombre, la creación ha sido sujeta a maldición, de manera que el trabajo que originalmente había sido encomendado para cultivar la tierra incrementó su dificultad a causa del pecado en el ser humano y el cambio de las condiciones de la tierra misma (Gn. 3:17-19).
- Dios prometió redimir la humanidad, incluyendo toda la creación (Gn. 3:15; Ro. 8:19-23).
- En su primera venida, el Señor Jesucristo cumplió la promesa de redimir a su pueblo a través de la obra perfecta de la vida del Hijo encarnado, su muerte, y su resurrección.
- Entre tanto que el Señor viene a consumar el plan de redención para toda la creación en su segunda venida, Dios le prometió a Noé preservar el orden natural del mundo, al tiempo que encomienda a la nueva civilización a continuar reproduciéndose y cultivando la tierra por medio del trabajo (Gn. 8:20–9:17).
- A lo largo de toda la Escritura el trabajo parte de este mandato cultural divino de cultivar la tierra, y exige una ética laboral que honra a Dios y que sirve al prójimo por amor.
El trabajo en el pensamiento cristiano
A partir de ese contexto bíblico, los teólogos han venido desarrollando a lo largo de la historia una teología práctica de la vocación y el trabajo que los seres humanos suponen desempeñar para la gloria de Dios, y sería difícil resumir todo ese contenido histórico en este breve artículo. Por lo tanto, quiero mencionar algunas escuelas de pensamiento destacadas en el pasado y que siguen vigentes en el presente con el fin de ofrecer una reflexión al respecto.
Trabajar para el bien común.
La Iglesia católica romana desde el pasado ha sido muy intencional en fomentar el trabajo social para ayudar a los más necesitados, algo que algunas iglesias protestantes también han adoptado. Bajo este pensamiento, su teología del trabajo tiene un énfasis en obras de bien común.
Trabajar con humildad y excelencia.
A la llegada de la Reforma protestante en el siglo 16, los reformadores volvieron a la Escritura para aclarar que Dios no necesita nuestro trabajo, sino que nuestro prójimo es quien lo necesita. Al ser justificados por la sola gracia de Dios por medio de la fe sola en Cristo solo, sin las obras de la ley, ninguna vocación dada por Dios es más o menos que otra, ya que Dios da dones a los hombres y mujeres por su gracia con un llamado particular a cada uno para servir a su prójimo.
Lutero hablaba de trabajar con humildad, procurando la excelencia laboral por amor al prójimo. En la actualidad, las iglesias luteranas y algunas iglesias reformadas de Europa se inclinan por esa expresión teológica conocida como “los dos reinos”, donde el cristiano es miembro de ambos reinos, el reino de Dios (espiritual) y el reino de este mundo (terrenal). Cuando un zapatero le preguntó a Lutero qué debía hacer para agradar a Dios con su trabajo, Lutero le dijo que se esforzara por hacer los mejores zapatos al precio justo por amor a su prójimo.
Trabajar con una ética de contracultura.
Durante ese momento de la Reforma, otros grupos conocidos como “los radicales”, entre los cuales estuvieron los anabaptistas, se opusieron a que la Iglesia protestante se mezclara con el Estado y la política. Más adelante, otros movimientos como el pietismo en Europa y el puritanismo de Inglaterra relegaron el tema de la ética laboral a un segundo plano mediante una contracultura que evitaba mezclar el trabajo con la contaminación de un mundo caído, tratando más bien de enfocar sus energías en la iglesia mientras daban testimonio en el mundo laboral por medio de una ética intachable de conducta cristiana. Este pensamiento se ha observado más radicalmente en la cultura Amish, y de manera más sutil en la mayoría de las iglesias protestantes no liberales.
Trabajar bajo una cosmovisión de transformación de la sociedad.
Durante la madurez de la Reforma protestante en Europa, la teología calvinista dio forma a una ética laboral que impulsaba la cosmovisión cristiana explicada en la teología reformada bajo la fórmula de “creación, caída, redención, restauración”. Bajo esta convicción de que Dios redime y restaura su creación, este grupo ha intentado provocar una transformación en la sociedad al exhortar a los cristianos a incidir en la agenda del quehacer científico, de la política, la economía, y la cultura de su sociedad.
Una visión holística
Entender el trasfondo de estos cuatro acercamientos laborales y culturales (relevancia, dos reinos, contraculturalismo, y transformacionismo) nos enriquece para tener una visión holística y no parcial de la realidad. Es entendible que te identifiques con un acercamiento más que con otro porque seguramente creciste en esa tradición o costumbre. Y es inevitable que personalmente estemos dedicados en uno de ellos más que en los demás, porque no es posible enfocarnos en todos al mismo tiempo. Lo incorrecto sería negar la realidad de que todos estos acercamientos son necesarios e inclusivos entre sí. Ninguno de ellos es mutuamente exclusivo con los otros. Cada uno complementa al otro, y cada uno es necesario para que la creación continúe siendo cultivada bajo el mandato cultural que Dios le ha dado al hombre.
Por ejemplo, el profeta Daniel fue capacitado por Dios (Dn. 1:17) para trabajar en el rol que le tocó al exhibir varios de esos acercamientos en el palacio de los babilonios y luego de los medo-persas. Daniel se destacó por su excelencia laboral (Dn. 1:19-20), como hubieran recomendado los luteranos. Daniel propuso en su corazón no contaminarse (Dn. 1:8), como hubieran propuesto los radicales. Daniel procuró la misericordia ante los oprimidos como harían los relevantes (Dn. 4:27). Y también Daniel fue un transformacionista al pasar de un modelo teocrático a un modelo babilónico de asimilación de la cultura sin capitulación ante ella, al ser un embajador de Dios y reconciliar a reyes con el Rey de reyes (Dn. 4:34).
El peligro de confundir causas y efectos
Habiendo aclarado que no estamos en contra de ninguna de las posturas teológicas expuestas anteriormente, sino que aspiramos practicar un balance de todas ellas, les comparto lo que he aprendido de un teólogo transformacionista a quien admiro y respeto. En su libro La iglesia centrada, Tim Keller advierte sobre el peligro en que muchos transformacionistas caen al confundir el evangelio con los efectos del evangelio. Debido a que el transformacionista enfoca su teología del trabajo y su evangelismo hacia la construcción de una mejor sociedad con base en la cosmovisión de la reconciliación de todas las cosas en Cristo, muchas veces confunden el mensaje del evangelio con el efecto del evangelio. Dice Tim Keller:
“A menudo he escuchado a personas predicar de esta manera: «Las buenas noticias nos dicen que Dios está sanando y sanará al mundo de todas sus heridas; por lo tanto, la obra del evangelio es trabajar para que haya justicia y paz en el mundo». El peligro de esta manera de pensar no está en que las afirmaciones sean falsas (no lo son), sino que confunde los efectos con las causas. Confunde lo que el evangelio es con lo que el evangelio hace”.[1]
Keller explica que cuando Pablo habla de la creación material renovada, declara que nosotros tenemos garantizados cielos nuevos y tierra nueva porque Jesús restauró en la cruz nuestra relación con Dios como verdaderos hijos e hijas (Ro. 8:1-25). El futuro es nuestro gracias a que ya Cristo culminó la obra en el pasado.
“No debemos, entonces, dar la impresión de que el evangelio es simplemente un programa de rehabilitación divina para el mundo, sino más bien que es una obra sustitutiva ya consumada. No debemos representar el evangelio primordialmente como algo a lo que nos estamos uniendo (el programa del reino de Cristo), sino más bien como algo que estamos recibiendo (la obra consumada de Cristo). Si cometemos este error, el evangelio se torna en otra clase de salvación por obras, en vez de una salvación por fe”.[2]
Debemos aplaudir el entusiasmo y la dedicación de las organizaciones transformacionistas que laboran bajo una cosmovisión cristiana al entrenar a cristianos para integrar su fe y trabajo para impactar su cultura. Solo tengamos cuidado de no caer en la arrogancia o en el ingenuo triunfalismo de pensar que nuestro trabajo es capaz de transformar completamente este mundo caído. El reino de Dios se ha acercado, pero estamos en el ya y todavía no del reino, hasta que Cristo venga.
Nuestra gran comisión
Nuestra misión no consiste en transformar este mundo por nosotros mismos, sino en proclamar el mensaje del evangelio que es poder de Dios para salvación (y transformación) a todo aquel que cree. Es el evangelio, no nuestra obra, quien tiene poder para transformarnos a nosotros y al mundo, y la única manera de experimentar transformación es cuando el evangelio es creído. Pero ¿cómo creerán sin haber quién les predique? No predicamos sobre el trabajo que hacemos para Dios; predicamos sobre el trabajo que Dios ya hizo por nosotros en Cristo para que descansemos de nuestras obras muertas. Ese es el mensaje que transforma individuos y sociedades (Ro. 10:14-17).
Esto me recuerda la resolución del joven pastor: “Voy a transformar esta iglesia y voy a salvar esta ciudad”. En contraste, la resolución del pastor anciano: “Voy a predicar el evangelio”.
Todos los cristianos soñamos con ver este mundo transformado. Dios lo ha garantizado: sabemos que será transformado, aunque ahora no lo veamos. Pero cuando nos obsesionamos con nuestro trabajo y pensamos que esa transformación depende de nuestra obra, confundiremos nuestra vocación con nuestra identidad. No somos lo que hacemos, somos lo que Dios ha hecho de nosotros. Por eso necesitamos recordar el evangelio cada día, para poner nuestra esperanza no en nuestra obra imperfecta, sino en la obra perfecta de Jesucristo.
1 Timothy Keller, Iglesia Centrada: Cómo ejercer un ministerio equilibrado y centrado en el evangelio en la ciudad – Center Church, Spanish Edition (Grand Rapids: Zondervan, 2012), Kindle edition, Loc 694.
2 Timothy Keller, Loc 706.