Por Christopher Wright
CONFRONTACIÓN MISIOLÓGICA (MISIONAL) EN LA ARENA PÚBLICA
Sin embargo, así como vivir el evangelio debe hacerse en compromiso con el mundo también es cierto que inevitablemente implicará tener conflicto con el mundo, y la arena pública es el ámbito en donde ocurre dicha confrontación. La misión del pueblo de Dios involucra ir de lleno a tal confrontación con nuestros ojos abiertos, nuestras cabezas comprometidas y nuestra armadura espiritual en su lugar.
Se nos llama a ser diferentes
De modo que debemos comprometernos en la arena pública, el mercado local y global. Pero hemos de hacerlo como santos en el mercado. Somos aquellos que son llamados a ser santos, lo que significa diferentes o distintivos. En el capítulo 7 de este libro hemos explorado con cierta profundidad el tema de la distinción en la teología bíblica, comenzando desde el llamado inicial a Israel a ser diferente de las culturas de Egipto o Canaán:
No hagan ustedes lo que hacen los egipcios, en cuyo país vivieron. Tampoco hagan lo que hacen los cananeos, a cuyo país yo los conduzco. No sigan sus estatutos. Más bien, pongan en práctica mis ordenanzas y cumplan con mis estatutos. Síganlos. Yo soy el Señor su Dios. Por lo tanto, obedezcan mis estatutos y mis ordenanzas. Todo el que los cumpla, vivirá por ellos. Yo soy el Señor. (Lv. 18.3-5).
Y vimos que esta distinción esencial es lo que realmente significaba la santidad para Israel. Estaba cimentada en la santidad (en otras palabras, la alteridad distintiva) de YHWH, y debía expresarse en la vida cotidiana, común, social –la arena pública– así como en el ámbito privado del hogar. Levítico 19, comenzando con la demanda de que Israel debía ser santo como el Señor su Dios es santo, avanza para articular un espectro completo de contextos en los cuales dicha diferencia santa debe evidenciarse, contextos que incluyen las esferas personales, familiares, sociales, judiciales, agrícolas y comerciales.
La distinción del pueblo de Dios en la Biblia no es meramente religiosa (ocurre que adoramos a un Dios diferente al de la mayoría de la gente), sino ética (se nos llama a vivir de acuerdo a parámetros diferentes). Y esto incluye la moralidad pública así como la privada, aunque realmente no pueda separarse una de la otra.
Los dichos gemelos de Jesús acerca de ser “sal” y “luz” en el mundo (Mt. 5.13-16) son aún perspectivas cruciales de lo que significa tener un involucramiento misiológico (misional) en el mundo. Está implícito un fuerte contraste. Si los discípulos han de ser sal y luz, entonces el mundo ha de estar corrupto y en oscuridad. El punto completo de las metáforas se basa en el contraste. Jesús compara al mundo con la carne o el pescado que, dejado así como está, muy pronto se pudrirá. El uso primario de la sal en su día era preservar la carne o el pescado al sumergirlos en salmuera, o cubrirlos completamente con sal. Y Jesús compara al mundo con un cuarto en una casa luego del atardecer. Todo está oscuro. Las lámparas deben iluminar para evitar daños y peligros. Así, el mundo en el que vivimos –la arena pública– es un lugar corrupto y oscuro. En este sentido la sal y la luz son misiológicas (misionales) (se las usa para un propósito) y de confrontación (desafían el deterioro y la oscuridad, y los transforman).
Si una pieza de carne se pudre, no sirve de nada culpar a la carne. Eso es lo que ocurre cuando la carne se deja sin tratamiento. La pregunta a realizar es: ¿dónde está la sal? Si una casa se oscurece a la noche, no sirve culpar a la casa. Eso es lo que ocurre luego del atardecer. La cuestión es: ¿dónde está la luz? Si una sociedad se vuelve más corrupta y oscura no sirve de nada culpar a la sociedad. Eso es lo que la naturaleza humana caída hace si no se controla ni se desafía. La pregunta que debemos realizar es: ¿dónde están los cristianos? ¿Dónde están los santos que vivirán realmente como santos –pueblo de Dios diferente, la contracultura de Dios– en la arena pública? ¿Dónde están aquellos que consideran su misión como pueblo de Dios de vivir, trabajar y testificar en el mercado, y pagar el costo de hacerlo?
La integridad moral es esencial para una distinción cristiana, lo que en última instancia es esencial para la misión cristiana en la arena pública. La integridad significa que no hay dicotomía entre nuestra “faz” privada y pública, entre lo sagrado y lo secular en nuestra vida, entre la persona que soy en el trabajo y la persona que soy en la iglesia, entre lo que digo y lo que hago, entre lo que afirmo creer y lo que realmente pongo en práctica. Este es un gran desafío para todos los creyentes que viven y trabajan en el mundo no cristiano, y suscita interminables dilemas éticos y a menudo desgarradoras dificultades de conciencia. Es, de hecho, un campo de batalla, interna y externamente. Pero es una batalla que no puede evitarse si hemos de funcionar con algún grado de eficacia como sal y luz en la sociedad.
Se nos llama a resistir la idolatría
¿Pero por qué se llama a los cristianos a ser éticamente distintivos en la arena pública? La respuesta es que tenemos una visión distinta del mundo. Bailamos a un tono diferente, marchamos a un ritmo distinto. O, para regresar al capítulo 2 de este libro, vivimos en una historia diferente.
Consideramos al mundo como la creación del único trascendente Dios de la Biblia y así rechazamos a los dioses seductores que pueblan la arena pública hoy en día como ocurría en el ágora ateniense en los días de Pablo. De hecho, vemos el mundo desde dos perspectivas, ambas bíblicas, pero a veces difíciles de sostener en simultáneo (aunque eso es lo que tratamos de hacer en este capítulo).
Por un lado, vemos el mundo a la luz de Colosenses 1.15-23. Este es el mundo creado por Cristo, sustentado por Cristo, redimido por Cristo. Es el mundo de Dios, la herencia de Cristo y nuestro hogar. Es donde Dios nos ha puesto para vivir para su gloria, para testificar de su identidad, para comprometernos en el cuidado de la creación y en sea cual fuere el trabajo productivo que mejore el mundo y agrade a Dios. De modo que vivimos en este mundo mediante la historia bíblica que exploramos en el capítulo 2, la cual establece la totalidad de la vida, el trabajo, las ambiciones y los logros humanos dentro del contexto de la creación, la redención y los planes futuros de Dios. La arena pública es parte de este mundo y nos involucramos en ella bajo Dios y para Dios.
Pero por otro lado,
Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero está bajo el maligno. Pero también sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el verdadero Dios, y la vida eterna.
Hijitos, manténganse apartados de los ídolos. (1 Jn. 5.19-21).
Este es el mundo tal como lo considera habitualmente Juan, el mundo de la rebelión humana y satánica contra Dios, el mundo que odia a Dios, odia a Cristo y odia al pueblo de Dios, y eliminaría a los tres si pudiera (y en el caso de Jesús, pensó que podía lograrlo). Y la arena pública también es parte de este mundo y muestra toda su fealdad, la fealdad del pecado humano y la maldad demoníaca y la combinación impía de ambos en los dioses e ídolos que usurpan el lugar del único Dios viviente. Este es el mundo al que estamos llamados a no amar, porque sus antojos pecaminosos nos apartan de nuestro amor por Dios y nos conducen a la idolatría fundamental (1 Jn. 2.15-17).
Esa es la razón por la que Juan, habiéndonos asegurado que en Cristo conocemos al Dios vivo y verdadero y que “para esto se ha manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo” (1 Jn. 3.8), concluye con su advertencia a permanecer lejos de los ídolos. Porque los ídolos están alrededor de nosotros, sobre todo en la arena pública, el mercado, el mundo del trabajo.
El trabajo es un bien creacional, pero la Biblia es bien consciente de la tentación de transformar el trabajo en un ídolo: cuando vivimos para lo que podemos hacer y lograr y entonces derivamos nuestra identidad y realización de aquello. Esto es aun peor cuando la codicia dirige el trabajo. Pablo equipara la codicia con la idolatría: quebrantas el décimo mandamiento y entonces quebrantas el primero (Col. 3.5; ver Dt. 8, especialmente vv. 17-18).
Las idolatrías de las carreras profesionales, el estatus y el éxito están conectadas con uno de los dioses más dominantes en la arena pública (al menos en occidente, y donde fuere que este extienda sus tentáculos culturales): el consumismo. Abundan otros ídolos, por supuesto, los cuales no podemos analizar aquí en profundidad: ídolos de superioridad étnica, orgullo nacional y patriotismo, libertad individual, seguridad militar, salud y longevidad, belleza, celebridad. Algunos de estos ídolos habitan en los medios de comunicación o en la propaganda estatal, otros permean el mundo de la publicidad, muchos simplemente deambulan inadvertidos y sin mayores desafíos en las suposiciones y conversaciones que llenan la arena pública cada día y en todo horario. Su poder es enorme en dicho nivel.
Vivir para Dios en el mundo de los dioses es inevitablemente enfrentar el conflicto. La misión el pueblo de Dios en la arena pública es, por lo tanto, un llamado a una incesante batalla espiritual. Y la primera acción de dicha batalla es reconocer al enemigo, que incluso es un enemigo (que incluso hay un enemigo). El problema es que los cristianos también son hijos de su cultura –sea cual fuere su cultura– y puede que estén felizmente inconscientes de la dimensión en la cual la arena pública que habitan cotidianamente está infestada con realidades espirituales que son opuestas a Dios y el evangelio.
Discernir los dioses de la arena pública es la primera tarea misiológica crucial. La siguiente es estar equipados para resistirlos.
Es significativo que la exposición clásica de Pablo sobre la batalla espiritual venga inmediatamente después de sus instrucciones acerca de los cristianos viviendo en el matrimonio, la familia y el ámbito laboral. En todas estas esferas hay una batalla que debe entablarse si hemos de ser capaces de “permanecer” (en vez de hundirnos o ir con la corriente) y cumplir nuestro papel como mensajeros del “evangelio de paz” (Ef. 6.15, haciéndose eco de Is. 52.7). Es en el conjunto de la vida, incluyendo la arena pública, que “la batalla [literalmente “nuestro combate] que libramos no es contra gente de carne y hueso, sino contra principados y potestades, contra los que gobiernan las tinieblas de este mundo, ¡contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!” (Ef. 6.12).
Este no es el lugar para un análisis detallado del significado de “principados, potestades, etc.”, y hay muchos libros al respecto. Personalmente rechazo dos extremos opuestos: aquellos que los “desmitifican” como simplemente un cifrado para definir estructuras humanas, poderes políticos, fuerzas económicas o convenciones sociales, y aquellos que los consideran como seres exclusivamente espirituales y demoníacos, sin conexión con el mundo de los poderes y las fuerzas políticas o económicas. Me parece que ambos aspectos son bíblicamente válidos.
Existe una realidad de la presencia satánica y demoníaca y operan dentro del mundo, y obran en y a través de agentes humanos. Esto es especialmente cierto en los acuerdos colectivos humanos donde parece que algunas estructuras o fuerzas asumen “una vida en sí misma”, más grande incluso que la suma de las voluntades humanas involucrada.
Es en la arena pública, donde dicha combinación de poder espiritual y humano está en operación, el lugar al que los cristianos somos llamados a vivir y trabajar, a reconocer y resistir la idolatría que nos rodea, y pelear contra ello, ofreciendo un testimonio y una clara indicación de las buenas nuevas del reino de Dios a través del cual, por el poder de la cruz (ver capítulo 6) dichos poderes idolátricos han sido derrotados.
Se nos llama a sufrir
La batalla causa sufrimiento, y en tal sentido la batalla espiritual no es la excepción. Aquellos que sencillamente asumen la misión del pueblo de Dios de vivir, trabajar y testificar en la arena pública (tan dominada por los dioses de este mundo), quienes escogen vivir de acuerdo a los parámetros distintivos éticos que fluyen de su cosmovisión bíblica, aquellos que confiesan a Jesús como Señor y no al César o Mamón, tal clase de personas sufrirá de una manera o de otra.
El material bíblico relativo al sufrimiento del pueblo de Dios –individual y colectivamente– es demasiado vasto como para simplemente no hacer otra cosa que enumerar los pasajes relevantes. Lo que resulta evidentemente claro es que el sufrimiento es una parte integral de multitudes de personas en la Biblia que han sido fieles al llamado de Dios y su misión. Digo esto porque existe una teología popular distorsionada que considera al sufrimiento como una señal de falta de fe o el resultado de algún tipo de desobediencia. Los amigos de Job siguen “vivos y gozando de buena salud” y se expresan en algunas formas de enseñanza de prosperidad y pietismo evangélico. Por supuesto que el pueblo de Dios sufría cuando pecaba, pero muchos sufrieron por ser fieles.
Jesús nos advirtió que sería de ese modo y, en otro pronunciamiento que dejó boquiabiertos a muchos, indicó a sus discípulos que se regocijaran acerca de esto pues podrían tomar como referencia los abundantes precedentes bíblicos y en simultáneo mirar hacia adelante, a la aprobación de Dios:
Bienaventurados serán ustedes cuando por mi causa los insulten y persigan, y mientan y digan contra ustedes toda clase de mal. Gócense y alégrense, porque en los cielos ya tienen ustedes un gran galardón; pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes.
(Mt. 5.11-12)
El libro de los Hechos señala que el sufrimiento se ensañó rápidamente con los primeros cristianos, pero ellos hicieron exactamente lo que Jesús dijo al regocijarse en dicho privilegio y continuar testificando (Hch. 5.40-42). Desde aquellos primeros días, la historia registra que la persecución se volvió aun peor mientras la iglesia se mantenía en crecimiento, dos factores sobre los que no tenemos dudas en ver relacionados integralmente.
Para Pablo, la expectativa del sufrimiento estaba arraigada en su comisión del servicio (Hch. 9.16) y en vistas de que él había sido uno de aquellos que lo había infligido sobre los creyentes, sabía que también aparecería en su camino, como oportunamente ocurrió. Pero era algo más que simplemente un efecto colateral incidental de su llamado misiológico en un mundo hostil. Para Pablo, según parece, su sufrimiento era realmente parte de la prueba de la validez de su apostolado y de la verdad del evangelio que predicaba. Sus afirmaciones paradójicas en 2 Corintios 11 y 12 alcanzan el clímax en sus famosas palabras: “…por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en las afrentas, en las necesidades, en las persecuciones y en las angustias; porque mi debilidad es mi fuerza” (12.10). Estas afirmaciones no son masoquismo o bravuconería sino un testimonio autenticado del poder del evangelio.
Pedro, que también había experimentado el sufrimiento por Jesús, escribe en su carta más acerca de este tema que de ningún otro asunto. El impulso de sus palabras de aliento en 1 Pedro a quienes sufrían por su fe puede resumirse en tres frases: no sorprenderse (4.12), no vengarse (2.21-22) y no renunciar (3.13-17; 4.19). Por sobre todo, sus lectores debían inspirarse en el ejemplo del Señor Jesucristo, por amor a quien ellos estaban sufriendo.
La clase de sufrimiento al que Pablo y Pedro se refieren ciertamente ocurre en la arena pública, pero Apocalipsis deja aun más claro que el mercado global estará entre los principales contextos para la batalla entre Dios y las fuerzas bestiales e idolátricas que se oponen a Dios y su pueblo. La palabra notoria acerca del “número de la bestia” en Apocalipsis 13.16-18 no es una pesadilla apocalíptica que incluya tatuajes, códigos de barras ni números de tarjetas de crédito, sino una exposición escalofriante de la clase de exclusión del mercado que puede esperarse para quienes se rehúsen a hincarse ante la idolatría que lo controla.
El adhesivo que unía el pensamiento y la vida de Pablo con el mensaje que predicaba y la misión que llevaba a cabo era su sufrimiento como apóstol de Jesucristo. El sufrimiento de Pablo era el vehículo a través del cual el poder salvífico de Dios, sublimemente revelado en Cristo, está dándose a conocer en el mundo. Por lo tanto, para Pablo rechazar el sufrimiento implicaba rechazar a Cristo; identificarse con Pablo en su sufrimiento era una señal segura de que uno había sido salvado por la “locura” y el “tropezadero” de la cruz.
Scott Hafemann
El lugar del sufrimiento en el servicio y la pasión en la misión difícilmente se enseña en nuestro día. Pero el mayor secreto de la efectividad evangelística o misionera es la disposición a sufrir y morir. Puede ser una muerte a la popularidad (al predicar fielmente el evangelio bíblico impopular), o al orgullo (mediante el uso de métodos modestos en dependencia del Espíritu Santo), o al prejuicio racial y nacional (al identificarse con otra cultura), o al confort material (al adoptar un estilo de vida más sencillo). Pero el siervo debe sufrir si ha de llevar luz a las naciones, y la semilla debe morir si ha de multiplicarse.
John Stott
Pero existe una dimensión para todo esto que usualmente no se indica. Muchos libros sobre misión advierten acerca del sufrimiento necesario del pueblo de Dios que es inevitable para quienes son fieles a su confesión de Cristo. La persecución y el martirio son la materia de la historia y la experiencia de la misión hasta este día. El elemento desatendido es el sufrimiento de Dios.
La misión del pueblo de Dios es nuestra participación en la misión de Dios. Por lo que el sufrimiento del pueblo de Dios en misión es una participación en el sufrimiento de Dios en misión. Y la misión de Dios es la determinación de él, a través de toda la narrativa bíblica, de redimir a la creación entera de los estragos del pecado y la maldad. Para Dios involucró el largo recorrido a través de los siglos de la fidelidad y la rebelión de Israel, sosteniéndolo, juzgándolo, restaurándolo. Luego esto condujo al sufrimiento máximo, cuando Dios en Cristo cargó el pecado del mundo en la cruz. Desde entonces, Dios ha sufrido con su pueblo cuando los suyos asumen el costo de ser mensajeros de su reino hasta los confines de la tierra.
Finalmente notamos que Dios, a fin de habilitar una nueva creación que trascienda el orden actual de sufrimiento y muerte, se compromete en una entrega tal de sí mismo que solo uno de los dolores más profundos conocidos por el ser humano puede adecuadamente ilustrar lo que ello implicaba para Dios. Pero un evento tal no es considerado únicamente en términos de la vida interna de Dios. El sufrimiento de Dios es la contraparte celestial del sufrimiento del siervo terrenal de Dios. El siervo sufriente asume sobre sí mismo el sufrimiento de Dios y hace lo que es finalmente necesario para vencer a las fuerzas del mal en este mundo: experimentar el sufrimiento hasta la muerte.
Terence Fretheim
En otro lado he escrito la frase: “la cruz era el costo inevitable de la misión de Dios”. Dado que, entonces, aquel que cargó la cruz nos dijo que tomáramos nuestras propias cruces para seguirlo, habrá un costo inevitable para quienes se identifiquen a sí mismos con la misión sufriente del Dios sufriente, un costo que un día será vindicado con la victoria final de aquel que “por el gozo que le esperaba sufrió la cruz y menospreció el oprobio, y se sentó a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, consideren a aquel que sufrió tanta contradicción de parte de los pecadores, para que no se cansen ni se desanimen” (Heb. 12.2-3).
CONCLUSIÓN:
UN MENSAJE PERSONAL PARA LOS CRISTIANOS EN LA ARENA PÚBLICA
Este ha sido el capítulo que me resultó más difícil de escribir en este libro, en especial la última sección sobre el sufrimiento. Las primeras dos secciones principales del capítulo me resultan bíblicamente sin rodeos. Dios creó el mundo del compromiso laboral y social y sigue apasionadamente interesado e involucrado en él. Y la Biblia describe a mucha gente que sirvió a Dios precisamente al desempeñar cargos públicos de toda clase. Aprendemos mucho de sus ejemplos.
Sin embargo, al llegar a la parte de la batalla y el sufrimiento, no es fácil escribir sobre algo que uno no sabe nada. Porque la realidad sincera y honesta es que, como muchos cristianos en el relativamente amigable occidente, no puedo hablar de alguna experiencia significativa de haber sufrido por mi fe. Y aun así sé que al estar sentado en la privacidad y el confort de mi oficina mirando al mar mientras escribo estas palabras, tengo hermanos y hermanas más allá de ese océano y en todo el mundo que en este momento sufren el acoso y el maltrato, experimentan acusaciones falsas, padecen el encarcelamiento y viven bajo opresión de todo tipo debido a su fe en Cristo. El lenguaje de Hebreos 11.35-38 sigue vigente.
Recibo mensajes por el correo electrónico de amigos que viven en países donde los templos cristianos sufren incendios, se decapita a pastores y la vida de los creyentes en general ha venido a ser de indigencia y miseria. Y a veces lloro acerca de esto y a menudo oro por ellos. Pero no sé nada de lo que es vivir eso, más allá de lo que me puedo imaginar.
Algunos que leen este libro bien puede que vivan en tales circunstancias, y todo lo que puedo hacer es dar una mano a través de este libro para abrazarlos con amor y oración. Que el Señor los consuele, fortalezca y ayude a mantenerse fieles él.
Pero entonces también sé que en mi propio país y en otras partes del occidente “cristiano” la marea se está volviendo implacable contra la profesión de fe cristiana en la arena pública. La gente pierde su trabajo aun por ofrecer orar con un paciente o por mencionar a Dios en el ámbito laboral. ¡La ironía es que son los cristianos quienes sufren acusaciones por “acosar” y “odiar”! Mientras tanto, cristianos en muchas profesiones se enfrentan con dilemas éticos constantes para los cuales no tienen una solución fácil u obvia. Hallar “la forma cristiana de obrar” puede ser profundamente perturbador y estresante.
De modo que una vez más, mi corazón está con los creyentes que están al filo de lo que significa vivir como cristianos en un mundo secular.
Debo decir que, en este asunto en particular, siento que hablo como un cobarde, porque mi propia vida laboral no se desarrolla en el mercado secular. Tuve unos pocos años como maestro de escuela antes de pasar al ministerio pastoral ordenado y luego a la educación teológica y el liderazgo cristiano organizacional para el resto de mi vida. ¿Quién soy yo para hablar de estas cosas?
Pero tengo una admiración enorme y sincera y una gran preocupación por los cristianos que se comprometen día a día en los ámbitos laborales del mundo.
- Se lanzan cada mañana hacia una arena pública que al mismo tiempo es el mundo de la creación de Dios y el mundo del dominio usurpado (y temporal) de Satanás, así como el mundo de la participación de ellos en la misión de Dios.
- Son los “Danieles” del mundo actual, o al menos pueden y deberían serlo.
- Son los discípulos a quienes Jesús dijo que “están en el mundo” pero “no son del mundo”.
- Viven y trabajan en la arena pública del mundo, pero nutren sus objetivos y valores más supremos para la vida de otra fuente, del reino de Dios.
- Son la sal y la luz del mundo.
¿Cómo sería el mundo si los millones de cristianos que se ganan su vida en la arena púbica tomaran seriamente lo que Jesús quiso decir acerca de ser sal y luz?
Nuestro trabajo cotidiano importa porque es importante para Dios. Tiene su propio valor y mérito intrínsecos. Si contribuye en alguna forma con las necesidades de la sociedad, el servicio a los demás, la mayordomía de los recursos terrenales, entonces tiene algún lugar en los planes de Dios para esta creación así como también en la nueva creación. Y si lo realizamos concienzudamente como discípulos de Jesús, llevando testimonio de él, estando siempre listos para dar una respuesta a quienes preguntan acerca de nuestra fe y estamos dispuestos a sufrir por Cristo si nos llamara a hacerlo, entonces él habilitará nuestra vida para llevar fruto de formas que tal vez nunca seamos conscientes. Estamos comprometidos en la misión del pueblo de Dios.
Que Dios fortalezca la vida de cada uno de sus hijos y haya más personas así en este mundo.
PREGUNTAS PERTINENTES
1.- Vuelve a leer las preguntas que se encuentran a los costados de la primera sección de este capítulo y analiza de qué manera responderías a ellas. ¿Qué diferencia lograrán dichas cuestiones al regresar a tu trabajo la semana próxima?
2.- ¿De qué modo el abanico del material bíblico que hemos analizado en este capítulo acerca de los creyentes que sirven en cargos públicos ha afectado tu visión sobre la vida cristiana en el mundo secular?
3.- ¿Esperabas que un libro sobre misión tuviera un capítulo acerca del trabajo común y corriente en el mundo de cada día? Habiéndolo leído ya, ¿consideras que fue acertado incluirlo? ¿De qué forma ha impactado tu concepto de lo que incluye la misión del pueblo de Dios?
4.- “Si todo es misión, entonces nada es misión”. Habiendo leído este capítulo, ¿cómo responderías bíblicamente a esta expresión “desalentadora”?
5.- ¿Cómo procurarás obrar con más discernimiento acerca de las realidades del mal satánico y la batalla espiritual en la arena pública donde desarrollas tu vida laboral?
6.- ¿Qué podría hacer tu iglesia para enfrentar dichos asuntos de forma más bíblica y respaldar a quienes luchan y sufren en la arena pública debido a su fe o su postura ética?
(Traducción realizada por la Sociedad Bíblica Argentina del capítulo 13 del libro “The Mission Of God’s People, A Biblical Theology Of The Church’s Mission”)